viernes, 24 de noviembre de 2017

Un diálogo con Sergio Ramírez,
nuevo Premio Cervantes


Dedicatoria de Sergio Ramírez en uno de sus libros

Este diálogo se ha publicado en la revista española Lasdoscastillas.net
Quien desee leerlo, puede hacerlo haciendo clic aquí.

       Sergio Ramírez acaba de recibir el Premio Cervantes.  El escritor nicaragüense (primer autor centroamericano que recibe este galardón),  nacido en 1942,  fue político sandinista,  se alejó luego de ellos, fundó su propio partido, se convirtió en un liberal, y, retirado de la política, se dedicó por entero a la literatura. Ha escrito una  vasta y seductora obra literaria, que ha merecido ahora el máximo galardón de las letras en nuestra lengua.
               
       Entre sus títulos más difundidos de novelas y cuentos están “Tiempo de fulgor”, “Castigo divino”, “Clave de sol”, “Un baile de máscaras”,  “Margarita, está linda la mar”, “Flores oscuras” y “Sara”.
               
            Hemos dialogado en varias oportunidades y, en uno de esos diálogos le he preguntado si sus novelas están ambientadas en una suerte de Santa María onettiana o en un Macondo de García Márquez, y me responde que no.
               
               Y dice:
               --Son historias que efectivamente ocurrieron en León; yo no he inventado un territorio para ellas, ni tampoco a los personajes.  Mi novela Tiempo de fulgor (1970), la primera que yo escribí, ocurre en León pero en ella los elementos son ficticios. Pero la verdad es que, de León, yo tengo una visión onírica, un permanente recuerdo. Lo tengo desde que bajé allí de un ómnibus, un mediodía de abril de 1959, junto con mi padre, que me acompañaba para matricularme en la Escuela de Derecho. Desde entonces, tengo la sensación de que estoy viendo una foto fija de aquel mundo. Son las mismas calles de Rubén Darío, las mismas a las que llegó Somoza para ser proclamado candidato presidencial, las de la masacre de estudiantes, donde yo estaba, el 23 de julio de 1959. Y es el lugar donde yo aterricé, la noche del 17 de julio de 1979, como miembro de la nueva Junta de Gobierno, con doña Violeta Chamorro. Allí fue proclamado el primer gobierno de la revolución. León fue capital del primer gobierno de la revolución.
       --Rubén Darío es un eje de tu hermosa novela “Margarita, está linda la mar”,  tanto que un verso suyo le da su título y bien, ¿qué puedes decirnos de ese Darío que bajado de la estatua?
            --A mí siempre me llamó mucho la atención encontrarme con dos cosas. En Managua, con una estatua de Rubén Darío vestido de peplo griego; está en el Parque Central de Managua, con una lira en la mano. Es una visión muy romántica, la estatua es de los años veinte. Detrás, hay un ángel con unas alas abiertas y le está poniendo una corona de lauros en la cabeza y alrededor hay ninfas y faunos. Esta visión siempre me atrajo. Fue así como lo vistieron cuando él murió: el cadáver fue vestido de peplo griego. Y al otro día lo vistieron con uniforme entorchado. Era como si el país no encontrara qué hacer, realmente, con Darío vivo y con Darío muerto. Esas cosas me fascinaron. Y por otra parte, todo llegó a alturas increíbles...
            --¿A qué hechos re refieres? ¿Puedes contarnos alguno de ellos?
            --A su amigo íntimo, a su médico y amigo, se le ocurre que, ya muerto Darío, había que sacarle el cerebro y pesarlo y medirlo, para ver si era más grande que el de Victor Hugo o el de Stendhal y otros grandes escritores. Otro, su cuñado, se lo quiere robar, para venderlo a un supuesto museo de Buenos Aires. Todo este drama en torno a la figura de Darío, que está en los hechos de la historia, me rondaba como un cúmulo de historias novelables, a las que tenía que recurrir.
            --De todos modos, tardaste años en escribir este libro.
           --Sí; no sabía cómo resolverlo, técnicamente. Tenía algunas piezas, algunos personajes y, por otro lado, tenía la historia del complot para matar a Somoza, pero no sabía cómo iba a mezclar todo eso. No lo sabía cuando comencé a escribir "Castigo divino". Y después escribí otra novela, que se llama "Un baile de máscaras".
             --¿Tus libros aspiran a ser la memoria del pueblo nicaragüense?
         --Me gustaría que mi memoria sea interpretada como la memoria popular. Pero yo no quiero escribir la historia, ni interpretar la historia. Yo aspiro a una memoria, la memoria confidencial de la historia de Nicaragua, lo que está por debajo de la historia.