sábado, 10 de junio de 2017

RAY BRADBURY:
A CINCO AÑOS  DE SU ADIÓS
  

 
   
            El pasado lunes 5 de junio se cumplieron cinco años del adiós a todos, del maestro de la “ciencia ficción”, Ray Bradbury, cuyos libros han fascinado a todos. Pienso en “Crónicas marcianas”, en “Fahrenheit 451”,  “Las doradas manzanas del sol”, “El hombre ilustrado” y en sus melancólicas historias de su infancia en la hermosa novela “El vino del estío”.
            La admiración me empujó (acto audaz) a enviarle un ejemplar de mi primer libro de cuentos, “La espera” (Ediciones Banda Oriental). Ray Bradbury me respondió, enviándome dos cartas. Pasaron años y libros, y en la Feria del Libro de Buenos Aires, mucho después, le conocí personalmente.  Tengo en una de mis bibliotecas una foto, saludándole, que miro mientras escribo estas líneas.
            Era un hombre de cabellos blancos como el algodón, sonriente y muy simpático. Al estrechar mi mano me dijo que no conocía personalmente a ningún uruguayo, pero sí  recordaba haber recibido un libro de un joven escritor de este país,  hacía muchos años, a quien le había respondido diciéndole que lo agradecía profundamente el libro pero que su conocimiento del español era tan funcional que tardaría años en leer una de sus historias.
            Tras un silencio,  para su sorpresa y también la mía,  le dije que aquel escritor, a quien había escrito dos cartas, era yo.  Sonreíamos. Y agregué detalles, recordando que ambas tenían un extraño logotipo: el dibujo de una casa de dos plantas y con detalles en cada habitación, dos o tres habitantes, objetos y, en el segundo piso,  un caballo.
         Ray Bradbury me dijo las había escrito en su estudio. Y acto seguimos, hablamos de su obra.
            ¿Cuántos cuentos había escrito?, le pregunté. No lo sabía; sin duda más de tres mil. ¿Y cómo estaba siempre inspirado? Me dijo que tenía una caja repleta de tarjetas con argumentos que se le habían ocurrido en todo momento, y en su estudio elegía uno y lo escribía. Pero, tenía un secreto esencial, dijo.
            ¿Cuál era ese secreto? Y me respondió: “Si me siento  muy feliz escribo poemas; pero en cambio, si la melancolía me ronda, escribo un cuento de  mi infancia”.  Y en estos casos se dejaba ir hacia los días de la niñez, recordando los atardeceres junto a la terraza de su casa donde se hamacaba su padre hasta que el cielo se llenaba de estrellas.
            Y me reveló algo esencial de su quehacer literario: escribía cuentos o novelas con la única intención de emocionar a sus lectores, pues para él, esa era la tarea esencial de la literatura. Despertar emociones.
            Y lo logró. A cinco años de su adiós, a los 92 años, las emociones de su mundo de “ciencia ficción” permanecen vivas e  imborrables en todos sus lectores.  Y seguirán seduciendo a quienes las visiten.
             Sí, todo por sentir.