sábado, 26 de noviembre de 2016

Vargas Llosa, Borges  y Onetti

           En su libro “El viaje a la ficción”, una obra reveladora de Mario Vargas Llosa sobre la obra de Juan Carlos Onetti, habla entre otros temas de la rivalidad que existía entre Onetti y Borges.
            Y para tratar este tema, Vargas Llosa me hace el honor de citarme en sus páginas, donde transcribe un artículo mío publicado en “”El País” de Montevideo el 10 de mayo de 1981.
 Escribe Mario Vargas Llosa en su mencionado libro:
“En 1981 Borges fue jurado del premio Cervantes,  en España, y en la votación final entre Octavio Paz y Juan Carlos Onetti, votó por el mexicano. Entrevistado por Rubén Loza Aguerrebere, explicó así su decisión: "Bueno, el hecho de que no me interesaba. Una novela o un cuento se escriben para el agrado, si no, no se escriben. Ahora, a mí me parece que la defensa que hizo, de él, Gerardo Diego, era un poco absurda. Dijo que Onetti era un hombre que había hecho experimentos con la lengua castellana. Y yo no creo que los haya hecho. Lo que pasa es que Gerardo Diego cree que Góngora agota el ideal en literatura, y entonces supone que toda obra literaria tiene que tener su valor y tiene que ser importante léxicamente, lo cual es absurdo. Ahora, si Gerardo Diego cree que lo importante es escribir con un lenguaje admirable, eso tampoco se da en Onetti.".
         Y agrega:
       “Mi pálpito es que Borges nunca leyó a Onetti y probablemente la sola idea que guardaba de él tenía que ver con aquel frustrado en una cervecería porteña y las provocaciones anti/jamesianas del escritor uruguayo”.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Gabriel García Márquez, íntimo



      El periodista y novelista colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, con quien nos reencontramos en Madrid el pasado 28 de marzo en el cumpleaños de Mario Vargas Llosa, fue desde su juventud íntimo amigo de Gabriel García Márquez y también su compadre: es padrino de los dos hijos del escritor. Y a su pluma debemos sus diálogos con García Márquez, reunidos en “El olor de la guayaba”, y la  biografía del novelista, que ha titulado “Gabo. Cartas y recuerdos” (Ediciones b).
            Se conocieron en un café de Bogotá, veinteañeros. García Márquez, con un traje de color muy claro, casi amarillo, se sentó a la mesa donde estaban Plinio y un amigo, sin saludarlos, y pidió un “tinto” (un café) dejando caer una mano bajo la espalda de la camarera. Plinio preguntó a su amigo bogotano quién era aquel hombre, al que no conocía, y le respondió: “Lástima, tiene talento. Pero es un caso absolutamente perdido”.
            Cuando Plinio Apuleryo Mendoza vivía en París, reencontró a “Gabo”, entonces era corresponsal del diario “El espectador”. Y había quedado sin trabajo. Esa Navidad de 1955, Plinio lo llevó a casa de unos amigos; al retirarse, la dueña de casa lo censuró por haber llevado aquel amigo a la reunión. Y ya en la calle, “Gabo” corrió bajo la nieve, a la que nunca había visto. Plinio lo vio entonces en su esencia. Jugaba como a un niño en la nieve. No olvida Plinio este momento revelador, y que me había contado antes de escribir este libro, en nuestros encuentros con otros escritores, en Albarracín.
            En París, Plinio lo ayudó a sobrevivir. Luego, “Gabo” volvió al periodismo, en Bogotá. Y editó sus primeros libros, que recogieron muchos elogios y escasas ventas. Gracias a Plinio, ingresó en Prensa Latina, la agencia cubana. Plinio lo envió (para no ir él) a Nueva York. Finalmente, por idas y vueltas con el castrismo, ambos renunciaron. Plinio rompió con el régimen castrista y “Gabo” se fue por solidaridad con su amigo.
            Y se marchó desde Estados Unidos a México en ómnibus, con su esposa Mercedes y su primer hijo. Y entonces escribió “Cien años de soledad”, y llegó la fama.
            En 1982 ganó el Premio Nobel. Plinio y sus amigos fueron con él a Estocolmo. Cuenta que “Gabo” vistió ropa interior térmica para poder usar un “liquiliqui” al recibir el Nobel. Su vida cambió totalmente, y Plinio señala: “Sus nuevas relaciones se cosechan en el huerto de las celebridades: hombres públicos, directores de cine, artistas o simplemente hombres ricos que se ofrecen el lujo de un amigo célebre”.
            García Márquez le agradeció a Plinio Apuleyo Mendoza haber escrito este libro. Plinio publicó luego “Gabo. Cartas y recuerdos”, la biografía íntima del “caso perdido”, a quien considera uno de los mayores novelistas de la literatura moderna. 

domingo, 13 de noviembre de 2016

Recuerdos de Jorge Semprún

            La grandeza de un personaje se mide en relación a la historia de su vida. En este caso me refiero a Jorge Semprún, quien no puede disociarse del furor de sus ilusiones, de las colisiones que en sus días tan duros sobrellevó, de su combate contra las dictaduras, de su sobrevivencia en el campo de concentración de Buchenwald (lo sacó en 1945 el III ejército de Patton) ni menos aún, de su obra literaria mayúscula, hasta que se apagó su vida hace cinco años, cuando contaba 87 años.
            Hacia 1945 adhirió al Partido Comunista español (PCE) en el exilio y con el seudónimo de Federico Sánchez” (Federico por García Lorca y Sánchez no sabe por qué) fue un activo agente clandestino en la España franquista, hasta 1964, cuando se aleja, descreído, y acaba siendo expulsado del  comunismo. Años después, entre 1988 y 1991, fue Ministro de Cultura del gobierno español de Felipe González.
            Le conocí en Madrid, oportunidad en la cual, estando con él, vi a Geraldine Chaplin (con quien hice un breve paseo madrileño). El estaba en el Hotel Suecia (vivía en París) y allí conversamos sobre literatura, sobre su literatura.
            Ante mi deslumbramiento por el uso del tiempo, en sus libros, donde va y viene del presente al pasado y salta al porvenir para retornar en la página siguiente, centré los ejemplos de aquella conversación en su novela “La segunda muerte de Ramón Mercader”. Y recuerdo que me dijo que no sabía escribir de otra manera. Que le era imposible escribir linealmente una historia, con un comienzo, medio y fin.
            Cuando le comenté que en mis narraciones me ocurría lo mismo, me dijo que no hiciera esfuerzos para cambiar ese modo de escritura pasando del presente al pasado permanentemente, que siguiera mi propio estilo. Es lo que he hecho, desde siempre.
            En París, donde vivió casi toda su vida (se casó dos veces y tuvo seis hijos), me consta que había subido una sola vez a la Torre Eiffel, y por compromiso; su barrio preferido, en la “rive gauche”, no era demasiado amplio. Las calles más frecuentadas por él estaban cerca de Les Deux Magots (la rue Bonaparte) y  Saint German des Press. Le gustaba caminar junto al Sena, visitar las pequeñas librerías de esa zona y, en la “rive droite”, visitaba unas iglesias. 
            La Place de Contrescarpe y los cafés de esa zona, lo seducían. Todo ese mundo se ha convertido en mi mundo, cuando camino por París. Siempre decía un verso de Rubén Darío (“¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?”), y se lo hice decir, recordándolo a él, al joven personaje de mi novela “La librería”.
            Entre sus libros más difundidos de su caudalosa y admirable obra, deben mencionarse “Viviré con su nombre, morirá con el mío”, “Veinte años y un día”, “La escritura o la vida” y “Federico Sánchez se despide de ustedes”. Fue asimismo un destacado guionista de cine, recordándose entre otros, los que escribió para las películas “Z” y “La guerra ha terminado”.
             Cada tanto, me gusta revisitar sus libros, en especial “Adiós, luz de veranos…”, ambientado en los años de la adolescencia, en París, el suyo.
            Fue un hombre gentil, generoso y cordial, al que recuerdo vestido de gris, con el cabello blanco y una sonrisa en los labios, y citando a Baudelaire.
                 Jorge Semprún Maura fue un actor y un memorialista ejemplar del siglo XX. 

sábado, 5 de noviembre de 2016

En Bilbao, por las calles de Unamuno



El 31 de diciembre se cumplirán 80 años del adiós a todos de don Miguel de Unamuno.  Quisiera recordarlo, a través de mis recorridos en Bilbao, por sus calles, las que he paseado en diversas visitas acompañado por mi amigo el poeta y periodista bilbaino Germán Yanke.  Les contaré de ellos.
Subo en el funicular hasta el monte Archanda y desde sus miradores observo la dilatada superficie de aquel accidentado terreno. La panorámica es una postal. La niebla no me impide ver los colores de los tejados, el verde poderoso de uno de los pulmones de esta ciudad a la que siempre quiero volver.
Se ha ido extendiendo como sin plan desde que en 1300 fue fundada por don Diego de Haro, señor de Viscaya, pasando de pequeña aldea de pescadores y labriegos, a la maravilla de hoy. Abraza los montes con un entramado complejo: a un lado y otro de la ría, columna de agua que la atraviesa. Ría del Nervión, camino del Cantábrico.
Y una vez más me repito las palabras de Unamuno: “Tu eres, Nervión, la historia de la villa,/ tu su pasado y su futuro tu eres/ recuerdo siempre haciéndose esperanza/ y sobre cauce fijo/ caudal que huye./ Lengua de mar que subes por el valle/ A la villa los pies hasta lamerla,/ Tú nos traes con la sal de la marina/ Sales de las entrañas del mundo todo”
Por cierto, he visitado su casa natal, en la calle de la Ronda, en el número 10, donde amaneció en el distante otoño de 1864.
 Y lo recuerdo mientras subo una colina que domina la villa hacia el Santuario de Begoña, el centro espiritual de Viscaya, en cuyo templo se venera una imagen de la Virgen patrona de la provincia y hacia donde, diariamente, subía, por esta ancha y empinada escalera, don Miguel, cuya sombra me custodia, acompañándome, un pie tras otro y una mochila por corazón, como diría Camilo Cela.
Por aquí subía, con su misal, Unamuno.
Me detengo, miro la unamuniana niebla sobre Bilbao, y sigo ascendiendo.